Crónicas de Temis

Chapter : Prólogo: Clases de historia



-Hace mucho tiempo, mucho antes de que las razas fueran creadas, mucho antes de que el Sol y la Luna se enfrentaran, mucho antes de que siquiera fueran creados, mucho antes de que la luz y la oscuridad se hicieran. Ahí, en ese entonces, en el vacío y la nada absoluta vivía un ser, un ser que creó el amor y que creó el odio. Del odio nació Thermon, la oscuridad, que causaba amargura e infelicidad. Del amor nació Sunsher, la luz, que causaba tranquilidad y sosiego. Siglos y milenios pasaron y se crearon más seres, los dioses, que a su vez, crearon nuestro mundo con la ayuda de Thermon.

Los dioses admiraban a la oscuridad ya que era profunda y poderosa, capaz de abarcar y consumir todo lo que quisiera; bueno, tal vez no la admiraban, sino que la temían y fingían admiración por ese mismo temor tan horrible que les provocaba. Sin embargo, su mundo era pobre, vacío. Consumido por una agonía y tristeza constante. Las criaturas morían, las aguas se congelaban y se evaporaban con tristeza. La tierra se abría y se cerraba con ferocidad y de sus entrañas surgían monstruos horripilantes. El caos reinaba en el mundo, y sí, amigo mío, digo "reinaba" porque ahora viene la parte interesante.

Era el momento de que el amor y la luz, la fuerza que mantiene vivo al mundo, actuara. Sunsher abrazó al mundo. Con su luz el mundo quedó envuelto en esperanza. Las criaturas dejaron de morir, el agua se calmó ante su paso, y la tierra se doblegó al sentir su ligera y misericordiosa mirada sobre esta. Los monstruos, horrorizados ante la luz, huyeron a refugiarse en su señora, Thermon. Su creación había sido completada y los dioses, cautivados por la elegancia y la serenidad de la luz, eligieron a Sunsher como su líder. Esta se encargó de alumbrar toda la existencia con su luz, y de establecer un orden en el universo.

Creó un altar donde viviría y desde donde se podía iluminar toda la creación, el Sol; y colocó sobre él un reloj, que marcaría un nuevo comienzo en la historia, el tiempo.

Con el orden celestial impuesto y el mundo finalizado el futuro parecía prometedor. Los dioses seguían el mando de Sunsher y cada día que pasaba quedaban aún más encantados por su ser; tanta paz, preludiaba la inminente tragedia.

Thermon había sido cruelmente olvidada. En su corazón, creció un sentimiento de abandono, soledad y odio hacia su hermana que no pudo controlar, pues sentía que, si no hubiera sido por la existencia de Sunsher, los dioses habrían decidido alabarla a ella. Infantilmente Thermon amenazó al orden celestial e inició una guerra, una guerra que estuvo a punto de destruir este mismo orden, que dotaba de sentido y armonía al universo, y que estuvo a punto de devolver la agonía y el caos a este mismo.

La guerra fue caótica y de desgaste y duró milenios. Los dioses estaban a punto de rendirse y aceptar su trágico destino. La oscuridad de Thermon era demasiado poderosa.

Como último ataque desesperado, Sunsher, junto con otras tres diosas, encadenó a Thermon en la Luna, rodeada de la luz más pura y noble para así contener su oscuridad. Se creó un armisticio. Las diosas, quedaron muy debilitadas tras el ataque y se retiraron a descansar. Sin embargo, antes eligieron a cuatro representantes, que mantuvieran el orden celestial del mundo en su ausencia...

-¿Y después qué pasó?- preguntó el niño, con los ojos abiertos como platos.

-¿Qué pasó?- la niña calló por un momento. Parecía que la pregunta, la había sacado de sus pensamientos, en los cuales se encontraba sumergida- Las representantes se encargan de mantener el orden celestial en el mundo, eso es todo.

Los dos niños se miraron fijamente. Se encontraban a las afueras de una cabaña en las profundidades de un bosque. La luz de la luna llena se colaba por los pequeños huecos que dejaban las hojas de las copas de los árboles entre ellas. Los niños, contaban historias mientras avivaban el fuego de la pequeña hoguera que los calentaba. Pareciera que estas dos criaturas, de unos once años e inocente apariencia, eran capaces de crear un ambiente acogedor en un entorno tan hostil, como puede ser un bosque rodeado de tan profunda oscuridad.

Tal vez sea cierto lo que dicen, ya sabéis, eso de que los inocentes siempre son protegidos por Sunsher. Y tal vez, pero sólo tal vez, por esto mismo, el destino, tenga que arrancarles la inocencia. Para que ellos, puedan protegerla a ella.

-¿Y qué hay de los elfos?- preguntó el niño humano de ojos verde esmeralda; un verde intenso y lleno de un brillo especial, mientras se apartaba el cabello achocolatado y lanudo de la cara- ¿Son todos como tú?

-¿A qué te refieres Benjamín?- respondió la elfa de cabello rosado; que portaba dos minerales de cuarzo por ojos, un cuarzo tan puro y noble como la luz.

-Me refiero a que si son todos bellos, como tú, Andrómeda- A la elfa no pareció sorprenderle la pregunta, sin embargo, respondió con un gesto de desaprobación mientras desviaba la mirada.

-¿Por qué los humanos sois tan superficiales? Pareciera que la belleza es la única virtud que buscáis.

-Supongo que es fácil decirlo cuando pareces una sirena- dijo Benjamín en un tono burlón.

Andrómeda lo miró con notorio desagrado, era bien sabido, aunque no por los humanos, claro está, que los elfos y las sirenas no tenían la mejor de las relaciones.

-Responderé a tu pregunta y decidiré tomarla por inocente ya que te considero un amigo, pero no me vuelvas a comparar con esos seres vulgares o lo lamentarás - Andrómeda miró a Benjamín nuevamente, pero esta vez con superioridad.

Era típico en ella, poner esa mirada cuando se enfadaba.

Una mirada fría y afilada como la hoja de una daga, y que al principio a Benjamín le podía parecer intimidante. Sin embargo, con el tiempo, esa mirada asesina se acabó convirtiendo en un gesto tierno y adorable para él. Sabía que lo miraba así para "defenderse de él", al igual que los gatos se erizan cuando se sienten amenazados.

-Está bien, lo pillo. Aunque me encanta que pongas esa cara, a la luz de la luna, ¡incluso el mar de Maria sentiría envidia de ti!- Podría decirse que Benjamín, disfruta de "atacar" a Andrómeda. Os preguntaréis por qué, pero creo que es algo que ni siquiera él mismo sabe. Sin embargo es algo que últimamente consigue cada vez menos.

Cuando se conocieron, ocurrió un choque cultural enorme. A Andrómeda parecía molestarle absolutamente todo lo que hacía Benjamín. Su forma de vestir, la forma en la que cortaba su cabello, su forma de hablar, su forma de caminar, su voz, lo que comía, hasta el brillo de sus ojos. Aunque ocurría lo contrario para Benjamín, a él le fascinaba todo sobre ella. Le parecía un ser majestuoso e intimidante, por lo que sentía un gran respeto y admiración por ella. De hecho ese respeto y esa admiración por ella siguen existiendo, aunque se hayan vuelto más cercanos y se hablen con informalidad; y me atrevería a decir, que ella se ha vuelto mucho más condescendiente con él, aunque en el fondo siga sintiéndose molesta con ciertas cosas.

Estos pequeños detalles, son los que con el tiempo, han ido solidificando su relación, y los que permitirán que esta crezca en un futuro.

-A veces dices cosas muy extrañas, ¿lo sabías?- Andrómeda volvió a pintar un semblante tranquilo sobre su rostro, aunque parecía mirar a Benjamín con una total inexpresividad, y con algo de resignación también.

Benjamín suspiró ya que la expresión "divertida" de la cara de su amiga había desaparecido, y pensó, que tenía que encontrar más formas de molestarla. Pero puede que más adelante, ahora quería escucharla para aprender cosas sobre los elfos, esos seres majestuosos y hermosos de los que sólo había oído hablar en leyendas.

Casi ningún humano había tenido contacto con los elfos, o con alguna raza sagrada jamás, por lo que quería aprender todo lo que pudiera sobre estas fascinantes criaturas.

-Hay elfos mucho más bellos que yo, de hecho, sólo consideramos bellos aquellos elfos que cumplen con una serie de características- Andrómeda hizo una pequeña pausa mientras hablaba- aunque realmente no nos interesa mucho la virtud de la belleza- la elfa fue interrumpida brevemente por Benjamín.

-Y, ¿cuáles son esas características?- El humano parecía estar escuchando con increíble atención, además de aparentar querer saber cualquier mínimo detalle posible.

-Ojos y cabello dorado, que sean capaces de brillar como el Sol- Andrómeda agachó ligeramente la cabeza, parecía no interesarle mucho la conversación con su amigo, tal vez porque para ella los elfos eran algo común, o tal vez porque simplemente en ella existía un sentimiento apático hacia ellos.

-O sea, ¿que los elfos pueden iluminar con su cabello tanto como el Sol?- Preguntó Benjamín son un gesto de fascinación en su rostro.

-No digas blasfemias. Nadie es capaz de compararse con el mismísimo Sol- Aunque esta vez Andrómeda no utilizó su fría mirada para intimidar a Benjamín, parecía avisarle, con un tono de voz algo cortante, que no continuara la conversación por ese camino; sin embargo, Benjamín no pareció entenderlo y siguió preguntando inocentemente. Eso, o que su curiosidad era tan fuerte como para desafiar la advertencia de su amiga.

-¿Por qué siempre te enfadas cuando hablo del Sol?

-Porque no muestras suficiente respeto por él- Dijo la elfa, mientras volvía a posar nuevamente su mirada cristalina pero afilada, sobre el niño humano- El Sol, es lo que nos mantiene vivos ahora mismo, deberías mostrar gratitud.

-¿Pero de verdad crees tan firmemente en esa leyenda? Suena a la típica nana que me cantaría mi madre para dormir- Antes de que Benjamín pudiera reírse, ya que para él, tomarse en serio un cuento era cosa de niños pequeños, Andrómeda se levantó bruscamente. Tan bruscamente, que el fuego tembló por un momento, quién sabe si por la pequeña ráfaga de viento que generó su falda al levantarse, o por el miedo que generaba el aura asesina que rodeaba a la elfa.

-Te advertí que mostraras respeto Benjamín.

El humano se quedó perplejo por un momento, tan perplejo que, para cuando quiso darse cuenta, Andrómeda ya se había abalanzado con furia sobre él. La elfa abrió la palma de la mano y golpeó fuertemente la mejilla izquierda de Benjamín. Tan fuerte, que el sonido del golpe rebotó por varios minutos en los árboles, adentrándose hacia las profundidades del bosque. El niño colocó una de sus manos sobre su mejilla colorada, y empujó instintivamente a Andrómeda hacia atrás. Sus ojos parecían cristales a punto de romperse en mil pedazos.

-¿Pero se puede saber qué haces? ¡Te has vuelto loca o qué!- Benjamín se incorporó rápidamente y desvío la mirada hacia abajo. No quería que Andrómeda lo viera llorar por tan poca cosa, ya que como le tenía dicho su madre, los niños buenos no lloran. Por desgracia, pareció haberse percatado tarde, de que al empujarla, su amiga había caído sobre la pequeña hoguera que los mantenía calientes, aunque ahora, la hoguera había pasado a mejor vida.

Benjamín corrió torpemente hacia Andrómeda, para ayudarla en caso de que estuviera herida.

-¡Andrómeda lo siento! ¿Te he empujado demasiado fuerte? ¿Estás bien?- El humano se agachó rápidamente y colocó sus manos bruscamente sobre los hombros de la elfa para comprobar si estaba bien.

Por otra parte, Andrómeda apartó su sombría mirada, y se levantó por su cuenta, apartando las manos de su amigo. La falda de su atuendo elfico; elaborada con las más finas sedas creadas por el más noble hilo creado por los más brillantes gusanos espejo, una larva, de la cual tras una semana, nacía una mariposa alas de cristal (una mariposa capaz de reflejar luz en sus alas), resultó quemada en gran parte, y no sólo su falda, sino que la parte anterior de la pierna de Andrómeda, parecía estar ligeramente enrojecida también.

Benjamín vio la herida de su amiga, y no pudo evitar sentirse inmensamente culpable y preocupado al respecto.

-Andrómeda lo siento... Déjame verlo a lo mejor puedo curarte la quemadura... Aunque seguramente deje cicatriz. -Benjamín acercó su mano a la herida de su amiga para tratar de examinarla mejor, sin embargo, la elfa se apartó bruscamente.

-Lárgate- Dijo Andrómeda, con un tono tan frío como la noche en la que se encontraban ahora que la hoguera había sido apagada. Puede que incluso un poco más.

-Entiendo que estés enfadada conmigo pero por favor deja que te ayude con la herida, podría empeorar si no la curas.- Benjamín trató de acercarse nuevamente, sin embargo, Andrómeda volvió a empujarlo bruscamente contra el suelo.

-He dicho que te largues, no me hagas repetirlo otra vez si aprecias tu otra mejilla.- Tras decir esto, Andrómeda dió media vuelta, y se adentró en las profundidades del bosque, dejando marcadas en el suelo, las huellas de sus finos y delicados pies.

Benjamín sólo se limitó a quedarse de rodillas en el suelo, viendo cómo la elegante figura de su amiga se perdía en la densa oscuridad de la noche.

-¡Andrómeda ten cuidado vale! ¡Volveré a curarte la herida cuando se te pase el enfado!- el niño colocó las manos delante de su boca en forma de cono, para que el sonido llegara más lejos y Andrómeda pudiera escucharlo. Sin embargo, Benjamín no recibió ningún tipo de respuesta.

Tras esperar unos minutos, soltó un respiro de resignación, y decidió volver a su casa. Una pequeña mansión en la ciudad costera de Maria, la capital del Imperio de Liberta, y cerca del bosque donde se encontraba. Antes de irse, miró hacia atrás, con la mirada cristalizada nuevamente, y al no observar ninguna señal, se fue con el sentimiento, de tener el corazón en un puño. Un puño, que jugaba con este a su antojo, y que era el responsable de decidir su agonía, y su felicidad.


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