Chapter 2: 1- La chispa del cambio
El sonido del despertador era lo único que lograba arrancar a Víctor de sus sueños, esos breves momentos de libertad donde todo parecía posible. Eran las seis de la mañana, y la tenue luz del amanecer apenas se filtraba entre las cortinas baratas de su pequeño departamento. El ambiente olía a café viejo y humedad, un recuerdo constante de las lluvias interminables de la ciudad. Víctor, de 20 años, vivía en un edificio que había visto mejores días, con paredes descascaradas y vecinos que rara vez intercambiaban palabras.
Apagó el despertador de un manotazo y se sentó en el borde de la cama, frotándose los ojos con cansancio. Sus días eran una rutina inmutable: despertar, apresurarse a desayunar cualquier cosa —normalmente pan y un café instantáneo—, tomar el metro lleno de gente y cumplir con las reparaciones eléctricas que llenaban su jornada. Víctor era técnico de reparaciones, un trabajo que le había caído encima por necesidad, no por elección. A menudo soñaba con algo más grande, pero los sueños no pagaban las cuentas, y la realidad lo había golpeado temprano en la vida.
Su departamento reflejaba su vida: práctico, pero sin alma. Una pequeña mesa con un par de sillas cojas, un sofá viejo que había encontrado en la calle y una colección de libros desgastados que eran su único lujo. Desde niño, había amado las historias, especialmente las que hablaban de héroes enfrentando monstruos, salvando al mundo y encontrando propósito en medio del caos. Pero para Víctor, el único monstruo era el reloj que marcaba la hora y le recordaba que debía apurarse si no quería llegar tarde.
—Otro día más… —murmuró para sí, mientras encendía la cafetera.
El trabajo ese día no parecía especial, pero la llamada que recibió mientras terminaba su desayuno le dio un mal presentimiento. Una oficina en un edificio antiguo había reportado problemas eléctricos graves tras las lluvias, y necesitaban una reparación urgente. Víctor suspiró; no era extraño que lo enviaran a resolver problemas que otros consideraban demasiado complicados. Era bueno en lo que hacía, aunque nunca le había dado orgullo.
El viaje en metro fue como siempre: apretujado entre desconocidos, escuchando las conversaciones ajenas y el constante rechinar de las ruedas sobre las vías. Miró por la ventana, perdido en sus pensamientos. A veces se preguntaba si había algo más allá de la rutina, si algún día encontraría una razón para sentirse realmente vivo. Pero las respuestas nunca llegaban.
El edificio donde lo enviaron estaba en el centro de la ciudad, un lugar que alguna vez había sido imponente, pero ahora lucía deteriorado. Las paredes estaban llenas de grietas, y las lámparas parpadeaban de forma intermitente, creando sombras inquietantes en los pasillos. El encargado lo llevó hasta el sótano, donde el problema parecía haberse originado.
—Tenga cuidado. Esto lleva años sin revisarse. —.
La voz del encargado era seria, pero no le prestó mucha atención.
Víctor encendió su linterna y se adentró en el sótano. El aire era denso, cargado con el olor a humedad y algo que no podía identificar. Frente a él, un panel eléctrico oxidado zumbaba de manera irregular. Se agachó, revisando los cables con cuidado, y encontró el problema: un cortocircuito causado por las filtraciones. Mientras trabajaba, una chispa iluminó brevemente la oscuridad, y Víctor sonrió de lado.
"Nada que no pueda arreglar", pensó.
Entonces ocurrió.
Un cable que parecía estar desconectado se soltó, tocando otro punto del panel, y una descarga eléctrica lo alcanzó de lleno. Sintió un calor insoportable recorrer su cuerpo, un dolor que parecía infinito, y luego… nada...
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Haruto despertó, como todas las mañanas, en la pequeña habitación de la casa de su familia adoptiva.
No era un niño común, o al menos no se sentía como tal. Cada vez que abría los ojos, algo lo perturbaba. No era miedo ni inquietud, pero sí una sensación de estar atrapado en una burbuja que no pertenecía a su ser. La confusión siempre lo envolvía al despertar, y aunque el entorno era cálido, conocido, y lleno de amor, su mente no lograba encontrar paz.
Los recuerdos de su vida anterior estaban ahí, intactos. No era un sueño, ni una fantasía; era su realidad. Recordaba claramente cómo se había sentido al morir en su vida anterior,
cómo una sensación de vacío lo había invadido antes de perder el conocimiento.
Recordaba su muerte: la inesperada, cruel caída de un accidente. Había sido un momento brutal, tan real como este, tan vivo como el primer día en este nuevo cuerpo.
Pero ahora, 13 años después, se encontraba en una realidad extraña, un mundo completamente distinto, con un cuerpo joven, rodeado de personas que lo llamaban por un nombre diferente.
En este nuevo mundo, era Haruto, pero no había elegido serlo.
La casa estaba tranquila, el sol apenas comenzaba a asomar sobre las montañas, tiñendo el cielo de naranja y rosa.
El aire fresco de la mañana penetraba por la ventana abierta, trayendo consigo el olor a tierra mojada y madera.
Se levantó, observando su habitación, aún envuelto en una confusión que nunca parecía disiparse por completo.
No recordaba haber elegido estar aquí. En su mente aún retumbaban ecos de su vida pasada, del mundo al que pertenecía, y de cómo todo parecía haber cambiado en un abrir y cerrar de ojos.
Salió de su habitación, cruzando el pasillo hacia la cocina.
La casa, aunque modesta, estaba llena de calor y vida.
Kaede, su madre adoptiva, estaba preparando el desayuno, como siempre lo hacía. Aiko, su hermana, ya estaba sentada en la mesa, comiendo, con una gran sonrisa que iluminaba su rostro.
Jiro, su padre, estaba fuera, trabajando en los campos. Todos eran amables, todos se preocupaban por él, y él les quería, pero algo no cuadraba.
La sensación de que todo esto no era real lo perseguía constantemente. Cada día pasaba como el anterior, y él comenzaba a preguntarse si alguna vez había pertenecido a este mundo.
—Buenos días, Haruto —dijo Kaede, mirándolo con una sonrisa cálida.
—Buenos días, mamá —respondió él, como si esas palabras fueran lo más natural.
Aunque su mente seguía dando vueltas a la misma pregunta que nunca lograba resolver:
¿por qué estaba aquí? ¿Por qué recordaba un mundo distinto, una vida que no tenía nada que ver con esta?
—Hoy vamos al pueblo a comprar —
"continuó Kaede, mientras sacaba los tazones de arroz para el desayuno"
—. ¿Te gustaría venir?—
Asintiendo la vi a los ojos y tomaba el tazón de arroz.
Sus ojos azules y cabello oscuro, era bastante hermosa.
Aparentemente salí igual a ella, sus mismas facciones, el cabello, incluso sus ojos.
Era un mundo diferente, sin duda. Todo estaba teñido por una sensación de misterio. El paisaje, la arquitectura, la forma de vivir de la gente… no correspondía con nada que había conocido en su vida anterior.
Sabía, en lo más profundo de su ser, que este no era su hogar, pero ya había pasado tanto tiempo que había aprendido a amarlo y querer de alguna forma, me sentía amado.
Ya había cumplido 13 Pero aún no entendía. ¿Qué clase de broma cruel era esta? ¿Por qué su vida había dado este giro tan extraño? Y lo más inquietante: ¿quién o qué estaba detrás de esta reencarnación?
Después de volver de las compras la vida siguió el mismo curso.
Mi padre volvía de su trabajo y llegaba a tomar su katana doble, una katana y una más corta.
Tomaba respiraciones largas y comenzaba a golpear el aire.
Desde los 4 años comencé a unirme a el.
Dios mío, sin tecnología, sin música , sin anime y sin nada...
Maneja una katana estaría bien.
Comenzamos la sesión de entrenamiento chocando y practicando las 4 katanas.
Me costó mucho con este cuerpo al principio no tenía idea de lo que hacía.
Simplemente intentaba seguir sus movimientos, aunque no lograba captar todo lo que intentaba enseñarme. Pero con los años, algo en mí comenzó a despertar. La sensación de la espada en mis manos, el sonido de las hojas al chocar, las respiraciones rítmicas de mi padre... todo eso me daba una calma extraña. Un propósito.
—Recuerda, Haruto —
me decía a veces, cuando mis golpes no eran lo suficientemente firmes
—, la katana no es solo un arma. Es una extensión de ti mismo. Si no la sientes como parte de tu ser, no lograrás nada.—
Y así continuaron las semanas los meses hasta mi cumpleaños número 14.
Un 1 de julio
Realmente fue increíble, mi padre me regaló una hermosa funda para mi katana, dorada donde la luz del sol caía sobre ella y brillaba con una luz sorprendente.
Aiko mi hermana pequeña me regaló una linda bufanda azul que combina con mis ojos.
Y mi madre me entrego un anillo el cual dice que da buena suerte.
Después de pasar el día y de haber comido mucho al cae el sol decidí tomar una pequeña caminata por el bosque para bajar toda la comida si no, sería imposible dormir.
Mientras miraba el oscuro bosque y solo escuchar mis huellas al regresar logré escuchar unos golpes de espada y gritos.
Corriendo de vuelta hacia mi casa, estaba destrozada al entrar por la puerta principal lo primero que veo es un monto de sangre esparcidas por todos lados, tripas huesos.
Al ver todo comencé a vomitar y llorar.
Sabía , sabía de quién era esa sangre.
Trate de caminar un poco y frente a mi estaba el cuerpo de mi hermana aún viva sobre ella un hombre de cabello dorado con ojos con kanjis escritos en el.
—He-herm-hermanito—
Mis ojos comenzaron a botar más lágrimas Sin parar y mis piernas comenzaron a temblar.
Finalmente comprendi en dónde reencarne.
Estoy en Kimetsu...
Un grito me despierta de mi shock
—Hijo por favor corre—
Decía mi madre con un brazo en sus manos , la única parte de mi padre que quedaba.
Antes de poder reaccionar el hombre decapita a mi madre frente a mi y dice.
—Ella era increíblemente hermosa, que afortunados son en haberme topado con ustedes—
Con una sonrisa camina hacia mi lentamente, todo el lugar comienza a congelarse aún más y vapor helado rodea toda la zona.
Sin mirar atrás comienzó a correr.
—!AYUDA¡—
Gritando sin parar hasta que no pude respirar el aire era muy helado.
Me apoyo contra un árbol frente a mi y en el anillo de mi madre pude ver el reflejo de unas afiladas unas viajando hacia mi cabeza.
Agachandome caigo al piso.
El demonio comienza a reírse y dice
—Que suerte tienes—
Mientras el desaparece comienzan a salir los primeros rayos del sol.
Mientras apenas tenía conciencia me dije a mi mismo.
"¿Suerte..? Mejor me hubieras matado.."