Chapter 29: 29) Progresando en el Pasado (2.2)
María jadeaba, tirada en el suelo y aferrándose a la manta con ojos desorbitados, siendo penetrada sin compación. A su alrededor, las risas de sus hermanas resonaban como una banda sonora cruel. Algunas no podían contenerse; otras se limitaban a observar con una sonrisa de satisfacción mal disimulada. Riuz, su padre, suspiró pesadamente mientras acariciaba la cabeza de su hija.
Riuz: "Tranquila, María, es parte del proceso" —le murmuró con una mezcla de lástima y diversión. Claro que no detuvo lo que estaba haciendo. Las tradiciones eran tradiciones, ¿no?
Para María, su cumpleaños había sido perfecto hasta este momento. Ahora, se sentía humillada y vulnerable, su orgullo pisoteado frente a todas... tan expuesta. Aunque no era nada raro, se había vuelto bastante común en la familia, pero eso no quitaba que fuera traumático. Era "el rito de iniciación", una "tradición familiar". Ella no había sido la primera en sufrirlo, y no sería la última. Sus hermanas mayores, que ya habían pasado por esto, disfrutaban de un regodeo malicioso al ver las caras de María: miedo, vergüenza, dolor y, en ocasiones, placer. Esa era la diversión de las veteranas, ver a otra enfrentarse al mismo destino.
Claro, no se trataba solo de crueldad. Una vez que María superara esto, recibiría ayuda para recuperarse y comprender lo que desconocía sobre estas "Tradiciones familiares". Algunas hijas ya eran conscientes de lo que implicaban, mientras que otras lo ignoraban. Estas últimas eran quienes más sufrían al principio, pero con el tiempo se adaptaban por completo a ellas.
Cuando Riuz finalmente soltó a su hija, esta cayó como un muñeco de trapo. Respiraba, sí, pero sus ojos estaban llenos de resentimiento hacia sus hermanas y, quizás, un poco hacia su padre. Bueno, siempre y cuando no estuviera convulsionando espontáneamente, lo cual también era un efecto secundario común de ser follada hasta el alma.
Terminada la iniciación, llegaba el momento de que los demás también se divirtieran
Las mas liberales no tuvieron problemas en saltar de cabeza sobre el pene de su padre, ahogándose con él a pesar de los jugos de su hermana recientemente desflorada. Así mismo, otras se peleaban por tener derecho de sentarse sobre la cabeza de Riuz y disfrutar de su lengua. Por otro lado, también estaban aquellas hijas que les gustaban los coños, o por lo menos no estaban en contra de un poco de acción hermana-hermana. Estas ya estaban jugando entre sí, por no decir que se montaban las unas a las otras, calentando hasta que les llegara su turno con su padre.
El lugar rápidamente se llenó de gemidos y sonidos eróticos. Riuz, follaba sin piedad a algunas de sus hijas, mientras que otras habían conformado varios 69 a su alrededor, o estaban masturbándose, viéndolo profanar a sus hermanas. Había algunas chicas que ayudaron a María a levantarse y recuperarse, además de ayudarla a presenciar lo que sucedía. La Ocelote miraba con cierto asco y miedo lo que pasaba, en especial cuando le dijeron que era normal y que ella seguramente terminaría siendo parte de todo esto. No quería creerlo, pero no podía negar que, ignorando el dolor, algo dentro de ella parecía empezar a calentarse ante tal escena.
Riuz: "Perdón, Mary..." —dijo, resignado, dándole unas palmaditas en la espalda— "Hasta yo no puedo detener esto. Ya no controlo estas tradiciones familiares." —A este punto acepto ser solo una herramienta... Una afortunada herramienta.
Aun asi, ni siquiera el llamado "turno libre", destinado a la participación activa, lograba que todas disfrutaran. Había quienes, a pesar del tiempo transcurrido y tal vez forzadas a participar, nunca encontraron placer en ello. Tal es el caso de Pinky, que siempre aborreció verse involucrada.
Fulia: "Vamos, Pinky, ¿por qué siempre esa cara? Ya sera tu turno" —Dijo a su hermana con entusiasmo, mientras metía sus dedos en su propio coño.
Pinky: "No quiero que sea mi turno, odio esto" —respondió, encogiéndose sobre sí misma y abrazando sus rodillas. Cerró los ojos, tratando de apagar su sentido del oído, vista y olfato, intentando desconectarse del mundo. Pero no sirvió de nada.
Sandra: "¿En serio Pinky? ¿Aún sigues molesta? ¿Por qué no te dejas llevar? Deberías dejar de ser una amargada." —Se quejó otra de las hermanas— "Tú eres de las pocas que aún conservan su virginidad,¿y tienes el descaro de poner esa cara? Deberías dejar que magulle tu coño y unirte a la diversión"
Pinky: "No quiero que le haga nada a mi coño" —Respondió refunfuñando— "No me gusta el sexo"
Fulia: "¿Y por qué estás aquí?" —Pregunto confundida, pero sin dejar de meterse los dedos.
Celia: "Porque es parte de esta familia y debe participar." —Respondio otra hermana que acababa de sacer su cara del coño de su hermana okapi.—. "Pero debe admitir que está mucho mejor. Antes gritaba y lloraba, y pasaba días enteros en cama sin poder sentarse."
Pinky: "¡Que haya aprendido soportarlo no significa que sea mejor! Odio que papa me la meta por el culo, duele y termino cagando mucho semen... nada mas que semen durante todo el día, ni siquiera sé cómo es posible" Se quejó molesto."
Sandra: No tienes derecho a quejarte. Eras de las pocas que tienen el privilegio de mantener su virginidad intacta porque papa te quiere mas que a las demás y no te hará nada a menos que se lo permitas. Si no fueras tan frígida dejarías que papa te abriera el coño y podrías disfrutar como todas nosotras." —Respondió molesta.
Pinky: "¡Que yo odio el sexo!" —Se levantó, gritando, lista para irse, pero tuvo la mala suerte de que un par de manos la sujetaran.
Pinky se estremeció al sentir esas manos carentes de pelo sosteniéndola, entendiendo con tristeza que debió haberse ido antes, pues justo ahora había llegado su turno. Su cola, instintivamente, se hizo a un lado para dejar su puerta trasera al descubierto, la cual rápidamente fue atacada e invadida. Mientras era empujada sobre el suelo, sintió como el pene de su padre se habría paso en su interior como muchas veces antes. Una lágrima salió de su ojo, pero no por dolor, sino por su desdichada situación.
Podía llorar, sí, pero lloró aún más cuando su padre, tras escuchar la conversación, tomó una decisión. Una vez Pinky sintió que su culo era rellenado por la crema de su padre, notó como esa vara invasora era retirada y frotada contra su valle prohibido.
Pinky: "¡¿Papa?!" —Se sobresaltó con miedo.
Pinky dio un grito estremecedor cuando esa pureza bien conservada durante años fue atravesada con fuerza, llorando verdaderamente al sentirse completamente llena, saturada. Sin mencionar de que su padre golpeaba sus caderas sin parar, haciendo que el placer y el dolor la consumieran, agobiándola.
Las demás chicas parecieron notarlo y hubo vítores y ovaciones ante la unión de su hermana a sus filas. La fiesta se animó aún más y duró más de lo esperado, dejando a todos agotados pero satisfechos. Bueno, casi todos. Pinky no pudo soportarlo más y se desmayó a mitad del evento, con lágrimas en los ojos. Fue llevada a su habitación, donde pasó los siguientes días encerrada, incapaz de sentarse. Por supuesto, nadie dijo nada al respecto. Así era la familia Riuz.
...
Riuz estaba sentado cómodamente en su imponente sillón de cuero en el centro de la sala de estar de su mansión. Tenía una taza de café en una mano y el periódico en la otra, mientras a su alrededor se desarrollaba una escena de perfecta armonía doméstica. Las hijas más pequeñas jugaban en el suelo con coches de madera, algunas mujeres tejían en un rincón, otras charlaban y discutían sobre chismes locales. Todo era paz, felicidad y... bueno, caos contenido.
Esa paz duró poco tiempo. La puerta de la sala se abrió de golpe, casi arrancándola de sus bisagras, y un bulldog musculoso entró con pasos firmes y nada delicados. Su imponente figura y su expresión de pocos amigos dejaron claro que no era alguien muy agradable.
Rufus: "¡Hola, padre!" —dijo Rufus con una mezcla de burla y desdén.
Riuz: "Rufus, ¿qué te trae por aquí?" —ni levantó la vista del periódico. Dio un sorbo pausado a su café y respondió con el tono de alguien que ya había lidiado con esto demasiadas veces.
Rufus: "Solo vine a recordarte que existo y a asegurarme de que no me quites también la miserable herencia que me dejaste. ¡Que no se te olvide, viejo!" —dijo Rufus, cruzando los brazos y mostrando una sonrisa desagradable.
Riuz: "Ya lo hablamos, Rufus" —respondió Riuz con un suspiro, pasando la página del periódico como si las quejas de su hijo fueran la sección de anuncios.
Rufus: "¡Tus pelotas hablan, viejo!" —rugió Rufus, golpeando una pequeña mesa cercana con su puño gigante. La mesa, evidentemente, no estaba diseñada para soportar ese nivel de agresividad y se hizo añicos en el acto.
El ruido y el impacto provocaron un estallido de caos. Las pequeñas niñas que jugaban en el suelo soltaron sus juguetes y corrieron a esconderse detrás de las piernas de sus madres, abrazándolas con miedo mientras miraban a su hermano mayor con ojos llenos de terror.
Riuz: "Rufus, estás asustando a tus hermanas. Modérate." —levantó finalmente la mirada, con una mezcla de cansancio y seriedad.
Rufus: "No hagas como si te importaran más que yo" —escupió Rufus con agresividad, dando un paso adelante— "Puede que te esfuerces mucho en aparentar que te preocupas por ellas, pero al final, son igual de irrelevantes que yo. Todos sabemos que tu precioso hijo humano va a quedarse con todo. ¡Por ser humano! Qué sorpresa, ¿eh? Eres un padre de mierda, Riuz. ¿Lo sabes?." Repsondió con un lenguaje corporal intimidante.
El ambiente se tensó. Riuz dejó la taza de café en la mesa que aún estaba intacta, su expresión imperturbable excepto por el ligero temblor en su ceja izquierda, señal de que su paciencia estaba a punto de agotarse.
Riuz: "Rufus... tu madre está aquí. ¿De verdad quieres seguir con esto?"
Rufus: "¡No me vengas con excusas!" —gritó, cada vez más furioso, convencido de que su padre solo intentaba evadir la discusión. Su corpulento cuerpo irradiaba una energía que decía claramente: "Voy a romper algo más". Pero antes de que pudiera soltar otra palabra, un grito cortó el aire como un látigo.
Hunn: "¡RUFUS!" —retumbó una voz femenina desde la puerta. Todos se giraron para ver a una pequeña bulldog, la mitad del tamaño de Rufus, con los brazos cruzados y una mirada que podría haber derribado un muro. Su postura era tan amenazante como ridícula, pero su presencia era inconfundible.
Rufus: "¡¿Mamá?!" —balbuceó, como si acabara de ver un fantasma. Su agresividad se esfumó en un instante, reemplazada por un miedo palpable. Tragó saliva y dio un paso atrás.
Riuz observó con una mezcla de alivio y resignación cómo Rufus, el bulldog musculoso y siempre problemático, era arrastrado fuera de la sala por una de sus esposas, agarrándolo de la oreja como si fuera un cachorro malcriado. Suspiró, llevando una mano a su sien. Había días en los que simplemente no podía creer que ese animal fuera su hijo. De hecho, durante un tiempo estuvo convencido de que no lo era, pero ¿quién en su sano juicio iba a cuestionar a su esposa sin razon? Además, no había pruebas de ADN en esta época.
Rufus era un idiota, pero el problema no era su inteligencia. No, no era un genio, pero tampoco un completo retrasado. Lo que hacía de Rufus un idiota era esa habilidad innata para sacarlo de quicio con tan poco esfuerzo, como si fuera su propósito en la vida.
Con los años y tantos hijos, había notado algo inquietante:no se sentía igual de conectado con todos. No sabía explicarlo, pero era una realidad. Con algunos, la conexión era innegable, un fuerte sentimiento de familiaridad. Pinky era uno de ellos, aunque los acontecimientos pasados, se había creado una palpable tensión entre ambos, y la pequeña gueparda rosa vivía con cierto temor hacia su padre. Incluso Bianca, su primogénita, no generaba esa misma conexión, aunque habiéndose ido de casa, y sus pocas visitas hacían difícil saberlo con certeza.
La mayoría de esos vínculos más fuertes coincidían con hijos que llevaban algún rasgo distintivo suyo: el pelaje rosa de Pinky, las marcas de medialuna en las gemelas Clara. Era como si esos pequeños detalles fueran una firma genética y espiritual que remarcaba su conexión.
Suspiró nuevamente, su café ya frío en la mesa rota. Por más que a veces quisiera ignorar a ciertos hijos, no podía simplemente dejarlos a su suerte. Aunque ese tema de la herencia seguía siendo un dolor de cabeza desde que se había filtrado. ¿Quién demonios había soltado esa información?
Sacudió la cabeza para volver al presente. Las pequeñas aún temblaban, refugiadas en las faldas de sus madres. Riuz decidió que era momento de poner en marcha sus habilidades de diplomático familiar. Se levantó con una sonrisa que intentaba ser lo más amigable posible.
Riuz: "Tengo hambre... y se me antoja un pastel de manzana. ¿Quién quiere acompañarme?" —dijo, dejando caer las palabras con tono entusiasta.
Las niñas, aún algo nerviosas, levantaron la cabeza al escuchar la promesa de un dulce. La mención del pastel hizo que sus ojitos brillaran, y pronto dejaron las faldas de sus madres para correr emocionadas hacia la cocina. Riuz observó la escena con una sonrisa genuina. Había algo refrescante en la inocencia infantil, un recordatorio de que no todo estaba perdido.
Sin embargo, justo cuando se dirigía hacia la cocina, casi chocó en la puerta con Henry, su hijo, que entraba con una expresión que mezclaba nerviosismo y determinación.
Riuz: "Henry" —dijo Riuz, sin poder ocultar cierta incomodidad en su tono. Aún le resultaba difícil mirar a su hijo sin recordar lo que se había revelado antes de la última fiesta familiar. La información de su... vida privada, incluyendo detalles que Riuz realmente hubiera preferido no saber.
Henry también parecía incómodo, con las orejas ligeramente caídas y un leve rubor en su rostro.
Henry: "Papá..." —murmuró, como si estuviera buscando las palabras correctas para romper el hielo. Pero ambos sentían una barrera invisible que los separaba, hecha de secretos que nunca deberían haberse compartido.
Riuz decidió no tocar el tema. Ya tenía suficiente drama con Rufus.
Riuz: "¿Vienes a hablar de Rufus? —preguntó con un suspiro."
Henry: "Sí..." —dijo Henry, rascándose la nuca—. "Quería avisarte que estaba en camino, pero veo que ya llegó."
Riuz: "Tarde, hijo. Rufus ya hizo su entrada triunfal" —respondió Riuz, con un tono que destilaba agotamiento.
Henry: "¿Están todos bien?" —preguntó Henry, preocupado. Aunque Rufus era su hermano, y no lo creía capaz de algo drástico, conocía bien su temperamento explosivo y su historial de peleas callejeras.ó con un suspiro.
Riuz: "Si, bueno, menos el... su madre lo está educando" —respondió Riuz, señalando con un gesto hacia la puerta por donde Rufus había salido.
Henry: "Oh... qué suerte que tía Hunn estaba aquí. Tal vez eso lo calme."
Riuz: "Sí... tal vez." —Riuz miró a su hijo por un momento, luego dirigió su mirada hacia sus esposas y las niñas que seguían en la cocina— "Pueden ir con las niñas y servirles pastel. Hablaré con Henry un rato. Ah, y asegúrense de dejarme un pedazo de pastel."
Las mujeres asintieron, llevándose a las niñas hacia la cocina. Riuz, ahora más relajado, apoyó una mano en el hombro de Henry, guiándolo hacia otra habitacion mas privada.
Riuz: "Ven, hablemos un poco. "